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sábado, 20 de septiembre de 2008

Gaston Rebuffat



Hielo, nieve y roca es sin duda uno de los mejores manuales sobre escalada que han habido, yo lo ojeaba cuando aun no tenía edad para escalar y memorizaba cada una de aquellas fotografías, intentado interiorizar todos los movimientos necesarios que tan bien se describian.

Nació en mayo de 1921 en Marsella, él y sus contemporaneos revolucionaron la técnica del montañismo, entre sus principales escaladas destacan las clásicas de los Alpes: espolón Walker de las Jorasses, el Drú, el Cervino, la cima grande del Lavaredo y el mítico Eiger. En 1950 formó parte de la expedición que conquistó por primera vez el Annapurna (8.051 metros), primer ochomil ascendido, y en la que había hombres de la categoría de Maurice Herzog, Louis Lachenal o Lionel Terray.

Rebufatt, murió en 1985, victima de un cacer.




Reino de luz y silencio
Gaston Rebuffat

El futuro alpinista ya lo ha adivinado: las montañas sólo viven por el amor de los hombres. Son bellas por muchas razones, pero también gracias al fervor de un muchacho. La técnica debe estar al servicio del entusiasmo, de lo contrario reduce el mundo de la alta montaña a las proporciones de un gimnasio. ¡Qué larga resulta la marcha que conduce a las cumbres!
Allá donde las casas, y después los árboles y, a continuación, la hierba desaparecen, nace un reino estéril, salvaje y mineral; sin embargo, en su pobreza extrema, en su desnudez total, ofrece una riqueza que no tiene precio: la felicidad que se descubre en los ojos de los que lo frecuentan.
El alpinista ha de tener músculos fuertes, dedos de acero, una técnica perfecta, aunque todo eso no sean más que herramientas. Sobre todo ama la vida, y sabe que el aire a 4.000 metros tiene un sabor particular, pero que hay que ganárselo. Mientras que muchos individuos se contentan cada día más fácilmente, el hombre en cambio tiene que mostrarse exigente consigo mismo: no puede gustarle una forma de paz que sólo sea la ausencia de vida. "Donde existe una voluntad, hay un camino". No le basta con existir, quiere vivir; no vivir peligrosamente, algo fácil y ponzoñoso. ¡Tiene un cuerpo y un alma! Las altas cumbres le proponen acción y contemplación; ayudan a los hombres a despertar sus sueños dormidos.
Pero la belleza de las cimas, libertad en los grandes espacios, la relación familiar con la naturaleza y los rudos placeres de la escalada resultarían mustios y hasta amargos sin la amistad de la cordada: amistad fraternal, hecha de amabilidad, de entrega, de alegrías y luchas compartidas.
Con frecuencia pienso en Moulin y cómo me inició. He realizado algo más de mil ascensiones en todas las épocas del año; en ocasiones tengo la impresión de que la montaña es mi reino y, pese a ello, cada vez que suelto mis cadenas, me siento muy bien y experimento ligeros escalofríos.
Como Moulin antaño, ahora "sé", pero aunque hubiese escalado todas las cimas por todos los itinerarios, nunca conocería la totalidad de ese mundo que amo; siempre estaré en camino.


Fragmento de La montaña es mi reino. Ed. Desnivel.

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